“…haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”
En ocasiones subestimamos la importancia que Dios pone en el bautismo en agua y no llegamos a apreciar completamente su significado espiritual. Para entender su importancia, solo necesitamos ver la vida de Jesús, quien hizo un viaje especial desde Galilea al río Jordán para ser bautizado por Juan el Bautista.
El bautismo en agua no es un ritual, sin embargo, tiene un simbolismo muy fuerte, el de la muerte, sepultura y resurrección. Cuando somos bautizados en agua declaramos de una manera externa el cambio interno que ocurrió cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador; a saber, la muerte y sepultura del viejo hombre y el surgimiento del nuevo hombre.
Para los creyentes, el bautismo en agua es tanto una expresión de nuestra fe en Cristo como de nuestra obediencia, un deseo de rendirse totalmente a la voluntad de Dios, así como Jesús se rindió. El bautismo en agua no es una declaración de que hemos llegado, sino una declaración de que hemos comenzado nuestra travesía por el discipulado. La gran comisión no es el evangelismo, es el discipulado.
El bautismo en agua es un reconocimiento de tres confesiones; en relación a nuestro pasado, a nuestro presente, y a nuestro futuro. El bautismo en agua también habla de nuestra salvación: nuestra justificación, nuestra santificación, y algún día, nuestra glorificación.